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Cómo el sector privado salvó al petróleo en EEUU

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«La Edad de Piedra no se acabó por falta de piedras, y la Era del Petróleo no se acabará por falta de petróleo». La frase es apócrifa, pero se atribuye a Ahmed Zaki Yamani, el muy poderoso ministro del Petróleo de Arabia Saudí desde 1962 hasta 1986.

Paradójicamente, ni Yamani ni sus sucesores han sido capaces de convertir su ingenio verbal en eficiencia económica. Hoy Arabia Saudí estudia cómo privatizar parte de su monstruo petrolero estatal, Aramco, para obtener los ingresos que no saca de los hidrocarburos.

Podía haberle ido peor. En 1977, el ministro del Petróleo de Venezuela, Juan Pablo Pérez Alfonzo, dijo: «En veinte, treinta años, el petróleo nos traerá la ruina. El petróleo es el excremento del diablo». Geniales palabras de uno de los creadores de la OPEP, el cártel de los países en vías de desarrollo que producen petróleo. Estaban en vías de desarrollo cuando lo crearon, en 1960, y siguen en vías de desarrollo en 2018. Ni uno solo ha llegado al estatus de país desarrollado. Para hacérselo mirar. Más cuando Venezuela está importando petróleo de Rusia porque bombea tan poco que no le da para abastecer a sus propias refinerías.

Y un toque de sarcasmo: en diciembre Estados Unidos exportó 700.000 barriles de petróleo a los Emiratos Árabes Unidos. Sí: a los Emiratos, el mismo país cuyas exportaciones de petróleo suponen el 25% de su PIB. De manicomio.

Estados Unidos está inundando al mundo en petróleo. En diciembre bombeó 10,1 millones de barriles y batió su récord de producción, alcanzado 47 años y un mes antes, en noviembre de 1970. En enero, llegó a los 10,2 millones de barriles. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevé una media para este año de 10,6 millones de barriles, lo que significa nada menos que un 10,42% por encima de los 9,6 millones de 1970. Eso no es batir récords: es pulverizarlos.

El boom de la producción de petróleo y gas natural en Estados Unidos data de 2006, cuando el fracking y la perforación horizontal empezaron a extenderse y a ser rentables, sobre todo gracias a toda la investigación llevada a cabo por George Mitchell, un wildcatter -que es el nombre que reciben los petroleros independientes, a menudo buscavidas herederos de la mentalidad de los buscadores de oro del siglo XIX- de Texas.

Mitchell fue un visionario a la altura de los Jobs y Gates de Silicon Valley, aunque también hay que decir que su éxito en rentabilizar el uso a gran escala de técnicas que llevaban siendo utilizadas desde los años cuarenta habría sido imposible si el Estado de EEUU no se hubiera gastado cientos de millones de dólares en desarrollar la fracturación hidráulica de las rocas, que es lo que hacen estas empresas: perforar de manera inverosímil -con giros de hasta 90 grados en el subsuelo-, llegar a yacimientos muy pequeños, e inyectar cientos de toneladas de arena, agua y productos químicos para romper la roca y hacer que el petróleo pueda ser extraído. Otra ayuda llegó en 2015, cuando el Gobierno de Obama eliminó las restricciones a la exportación de petróleo.

Pero la clave del fracking ha sido que el petróleo en EEUU no funciona con cuotas de producción como en la OPEP. Eso ha incentivado a las empresas privadas a hacer esas virguerías. Hay otro detalle que no es de importancia menor: en EEUU, la riqueza mineral del subsuelo pertenece al propietario del terreno. Un pozo que da tres o cuatro barriles al día de petróleo puede darle al dueño de la finca fácilmente 100 o 200 dólares diarios. O sea, entre 30.000 y 60.000 euros al año. Así, ¿a quién le molesta que le destrocen la finca? No es de extrañar que cada año se perforen 13.000 nuevos pozos.

En España, sin embargo, la ley establece que «los yacimientos minerales de origen natural (...) son bienes de dominio público». O sea, que si usted tiene petróleo o gas en la Formación Balmaseda -que va desde Burgos hasta La Rioja, Navarra, y el País Vasco-, es del Estado.

Así es como EEUU se ha convertido en el primer productor mundial de gas natural, y acaso este año se coloque como número uno en petróleo. Sus empresas han alcanzado una eficiencia y un desarrollo tecnológico inimaginables en otras partes, para resistir la guerra de precios lanzada por Arabia Saudí para, entre otras cosas, frenar el fracking.

La fracturación hidráulica tiene muchos problemas. Contamina acuíferos, y hasta provoca terremotos. Hay pueblos en los que sale gas natural del grifo. Yo he visto pozos de petróleo -que, con el fracking, no son mucho mayores que un parquímetro- junto a supermercados, lo que es muy peligroso. Estos pozos, además, duran muy poco. En cuatro o cinco años, dejan de dar petróleo, y hay que volver a perforar. Y muchas empresas que usan la fracturación hidráulica van a sucumbir a medida que el dinero barato se acabe y la Reserva Federal siga subiendo tipos.

No es un mundo perfecto, desde luego. Pero es un éxito incuestionable. La OPEP debería haber aprendido ya de George Mitchell.


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